La Voz 04/05/2019 (Foto Marcos Creo)
El cielo totalmente estrellado, sin nada alrededor más que el mar y, simplemente, desconectar. Este plan perfecto está al alcance de todos aquellos que quieran vivir una nueva aventura y decidan enrolarse en el barco escuela Atyla, que estos días está atracado en el puerto deportivo de Cabo de Cruz. Muchos de los nuevos alumnos de esta goleta de madera construida en el año 1984 apenas sabían nada de una embarcación cuando soltaron amarres hace unos días en el puerto de Bilbao, pero esto no impidió que se pusieran a trabajar duro para poder surcar las aguas por todo el norte de España.
Navegar aquí es una experiencia brutal, aprendes muchísimo y conoces a gente de todas partes del mundo», confiesa el venezolano Rafa Martíns. El día que puso un pie en el Atyla ya tuvo que superar su primera prueba de fuego, haciendo una guardia nocturna y subiendo al palo mayor, «y eso que hacía viento y no se veía nada». Sin embargo, no cambiaría esta aventura por nada del mundo, al igual que la oleirense Lucía Palacios, que este año repite y con tal motivo ya ha sido nombrada líder de guardia.
<<Es algo muy especial, conoces a mucha gente, puedes navegar y desconectar, es algo único», afirma la tripulante gallega, que ya había vivido esta experiencia de viajar en un barco de madera durante su estancia en Australia. Reconoce que en España no existe mucha tradición en este tipo de actividades, algo en lo que coincide el patrón del Atyla, Rodrigo de la Serna, que desde hace cinco años ha convertido este barco en su auténtica casa, en la que pasa todo el año en compañía de su perra Olivia.
Fue su tío quien lo metió en este mundo. Él construyó este barco entre 1979 y 1984, «un trabajo artesanal buscando toda la madera y todas las piezas». El objetivo era dar la vuelta al mundo, «pero luego por problemas con los patrocinadores, nunca pudo cumplir ese sueño». Después de pasar largas temporadas en las Canarias e incluso de llegar a ser el símbolo del Gobierno de Cantabria, desde el 2014 esta goleta se convirtió en un barco escuela, que normalmente navega durante el verano por aguas del mar del Norte, aunque también ha realizado viajes al otro lado del océano Atlántico.
Con más de 150.000 millas a su espalda, Rodrigo de la Serna confiesa que en España no es fácil poner en marcha un proyecto educativo de este tipo, «con un barco en el que todo lo tenemos que hacer nosotros, no hay nada de electrónica ni automático, y además no hay viaje en el que no se rompa nada, y hay que arreglarlo». Con todo, cree que lo peor es la burocracia: «Tengo más miedo a los papeles y a la gente en tierra que a un temporal», señala.
A pesar de lo que supone este viento en contra, no se desanima y anima a vivir una experiencia única en el mar.